Ganmagrafía ósea y mi tarde feliz

Ayer tuve una de esas pruebas que paran el ritmo loco de la semana y me transportan directa a la realidad del cáncer, asumiendo una vez más que formará parte de mi vida para siempre. Fue una ganmagrafía ósea. Una prueba de medicina nuclear que está destinada a evaluar posibles anomalías en los huesos. En mi caso, derivadas del tratamiento hormonal que tengo prescrito durante, al menos, 5 años. La prueba en sí no duele ni es complicada ( es como estar tumbada en una plancha de resonancia magnética), sin embargo la preparación sí se tornó algo accidentada. Al ir a ponerme una vía para inyectarme el contraste volvieron a romperse las venas de mi brazo derecho, o lo que es lo mismo, ese brazo espartano que se ha zampado, una a una, todas las quimios, por ser su compadre el izquierdo «intocable». Esta protección al zurdo viene de ser el lado de la mama y axila afectadas por el cáncer (operadas, radiadas…), por lo que las alteraciones en el mismo pueden aumentar el riesgo de linfedema.

Retomando el tema, cuando llega ese momento vía y vena rota no lo puedo evitar… ¡me mareo más que una peonza de resaca! No hablo porque solo pienso en que la enganchen y acaben rápido por el amor de Dios, pero cuando vengo a darme cuanta estoy tumbada en la camilla, patas arriba, con los enfermeros abanicándome y explorando otras zonas de mi brazo, derecho, siempre derecho. Esperan a que me recupere y vuelven a la carga hasta que acaban encontrando alguna vena poco transitada por agujas. Y al final, lo consiguen👏👏👏👏👏 (¡Muchas gracias, enfermeros, por ese tiempo y esa paciencia que tanto necesitamos!)

Ahí terminó la odisea del día. Ya solo quedaba esperar 3 horas a que hiciera efecto el contraste para pasar a la «ganmacámara»a hacerme la prueba. La verdad es que no sientes nada físicamente pero la sensación psicológica es bastante extraña: hemos de esperar en la sala de «pacientes inyectados» y no podemos estar con niños ni embarazadas, y a ser posible con ningún ser humano, hasta que transcurran 24 horas.

Terminé la prueba y salí de allí sintiéndome un poco extrarrestre y habiendo confirmado que, año y medio después de mi última quimio, sigo teniendo las venas más quemadas que la pipa de un indio. Lo cual me sorprendió bastante y me trasladó al cáncer a la velocidad del rayo, pero también gracias a ese traslado me acordé de cuánto me gustaba darme caprichos el día que me tocaba alguna perrería en el hospital. Pensar en ese capricho me alegró el cuerpo y con el cuerpo alegre decidí que esa tarde iba a ser PARA MÍ. Cancelé todo lo que tenía y me la tomé LIBRE (¡y ya sabéis cuánto me encanta esta palabra!)

De repente se dibujó una opción súper seductora. Me compré una napolitana de chocolate y la acompañé con una rica y relajante infusión que me tomé leeeentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, en mi acogedora terracita.

Esos momentos que me dan la vida y que hacía meses que no tenía, ayer curiosamente me los regaló una ganmagrafía…

Y hoy estoy descansada, con las pilas bien cargadas y concienzada de que necesito, buscaré y tendré muchas más «tardes con Teresa».

ÑAM ÑAM….. ¡¡QUE APROVECHE!!

¡¡¡FELIZ TARDE A TODOS!!!

Y aquí me despido por hoy. ¡Os dejo cantándole a la vida al ritmo de Chayanne!

¡Hasta pronto, bonicos!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *